A casi nadie le dice ya nada el nombre de Gary Kildall. Es normal. La historia es así con quienes pierden: inmisericorde y olvidadiza.
Y, sin embargo, Gary fue un tipo brillante que tuvo en sus manos la mejor oportunidad que probablemente nadie haya tenido para convertir a Bill Gates en un absoluto desconocido.
– Disculpe ¿Cómo dice? ¿Bill qué?
Sin embargo, Gary, el mismo tipo que con su genialidad hizo posible la industria de los ordenadores personales, dejó que esa opción se le escurriera como agua entre los dedos, al rechazar un contrato con IBM que lo hubiera cambiado todo.
Catorce años después, moría como consecuencia de un altercado en un bar, insuficientemente aclarado.
Éste es el resumen de su historia:
En 1974, Gary vio un anuncio en el que Intel promocionaba uno de sus microprocesadores. Sin pensárselo dos veces, descolgó el teléfono y les llamó ofreciéndoles sus servicios.
Brillante como era, fue contratado. Inicialmente, para desarrollar las herramientas con las que programar los nuevos microprocesadores Intel 4004. Después, cuando Intel introdujo los modelos 8008 y 8080, escribió para ellos un lenguaje de alto nivel que permitía darles instrucciones en una jerga muy similar al idioma inglés, en lugar de utilizar unos y ceros como se había venido haciendo hasta entonces. De repente, los microprocesadores se convirtieron en dispositivos infinitamente más útiles y prácticos de lo que habían sido hasta el momento.
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